Sagitario
Updated: May 25

Hace unos días se me movió el tapete. Unas semanas atrás, el resultado de unas biopsias nos puso en alerta a mi doctora y a mí. Nada grave, nada urgente, los tejidos se mandaron a analizar por protocolo y porque son de las cosillas que, si se dejan, pueden dar lata en el futuro. Ese mismo día me dieron cita para volver por los resultados del diagnóstico patológico en dos semanas. Puse el día y la hora en el calendario y seguí con mi vida, aunque de vez en cuando pensaba en lo que podría suceder en catorce días.
Decidí que iba a continuar con mis planes y proyectos de vida fuera cual fuera la conclusión y me sentía tranquila en la medida que me era posible. Constantemente tenía que amansar el temor a lo desconocido que de repente se instalaba en mi cabeza. En más de una ocasión tuve que persuadir a mi imaginación para que esperara por la respuesta definitiva en vez de andar con conjeturas que no me servían para nada. Durante el tiempo de espera me afané en poner algunos documentos en orden y a reorganizar asuntos que había dejado de lado, eso me mantuvo ocupada y me alentaba diciendo que fuera cual fuera el veredicto igual me iba a servir todo lo que arreglara. En lo que se acumulaban los días puse lo cotidiano en pausa y le dediqué tiempo a las cosas importantes, a lo significativo, a lo esencial en mi vida. Eso también me ayudó a lidiar con la incertidumbre mientras esperaba. ‘’Ya me he detenido varias veces en el camino, ya me he quedado tirada muchas veces, y siempre me levanto’’, me recordaba para darme ánimos. La noche antes de la cita hice un recuento de pérdidas y ganancias, y me sentí satisfecha. Pero todavía me faltaba mucho por hacer, por dar y por vivir según mis cálculos.
La fecha para volver al hospital arribó y llegué puntual a la cita. Me apunté con una perfecta caligrafía en la lista de pacientes del día, yo era la primera en la hoja de registro. Después me senté en la sala de espera, a esperar. A los pocos minutos una enfermera dijo mi nombre, me tuve que decir que era yo a la que llamaban y me puse de pie apretando discretamente mi cartera contra el pecho. Durante el trayecto hacia el consultorio la enfermera me preguntó que cómo me sentía esa mañana, ‘’no sé’’, le contesté. Me tomó los signos vitales y salió del cuarto deseándome que tuviera un buen día, sentí curiosidad de saber si ella conocía los resultados, pero no pregunté nada. En lo que esperaba a la doctora pasé lista en mi mente de los pendientes que tenía para el resto del día, todos asuntos rutinarios de esos que ocupan nuestras agendas. Eso me ayudó a sentir cierta normalidad aunque mi corazón latía con fuerza y retumbaba en mis oídos.
Un toquido en la puerta me espabiló, me desprendí de la cartera, tomé un respiro profundo y me dije que estaba lista para lo que viniera. La doctora entró y se sentó enfrente de mí, reparé en su bata blanca y en mi vestido negro, ''qué contraste’’, pensé, sin estar segura a qué me refería. No perdió tiempo en decirme: ‘’el resultado es negativo’’, ‘’como esperábamos que fuera’’, y se le dibujó una gran sonrisa. Cerré los ojos mientras me volvía el alma al cuerpo. La doctora me preguntó si quería un momento a solas, le dije que no, que se quedara porque los momentos felices son para compartirse. El resto de la cita no la recuerdo. Cuando salí a la calle todo estaba igual que cuando entré al hospital, la vida seguía su curso, pero algo en mí había permutado. No sé si será fugaz el cambio, pero el insondable agradecimiento que siento es permanente.
