top of page

Piedras calientes

Writer's picture: Claudia CastiloClaudia Castilo

Eran las doce en punto cuando llegaron a la casa de Luz y Tobías. En la esquina de su jardín yacía apacible un pequeño temazcal. Margarita hizo fila para entrar a la panza de la casita. Eran nueve con ella, diez con Tobías, que dirigiría la ceremonia, once con Luz, que sería la encargada de abrir y cerrar la puerta del temazcal, y de armonizar el ritual, mientras durara, con sus cantos y silbidos de ave en la guarida de fuego.


Pidieron permiso a los espíritus antes de entrar. La ermita era chaparra y se tuvieron que deslizar a gatas. Era blanca por dentro y por fuera, con un par de azulejos pintados de añil como único adorno en el exterior de la cúpula. Margarita quedó cerca de la puerta, hecha nudo, con el corazón palpitando a prisa de la emoción; era virgen al rito del temazcal. La pared que abrazaba su espalda estaba fresca. Margarita se sintió enraizada, solitaria, por momentos olvidaba que había más gente en ese santuario.


Tobías comenzó a traer a las abuelas, como llamaban a las piedras calientes —por ser sabias, sanadoras, llenas de bondad—. Las acarreaba con un trinche de tres en tres, una encima de la otra, lisas, rojas, ardiendo. Las colocaba con cuidado en el hoyo que había en el centro de la cueva mientras el grupo les daba la bienvenida a coro. Tobías las bañaba con una jícara llena de agua que sacaba de un balde hasta el tope de naranjas y limones partidos; el vapor dulzón que despedían olía a tierra y a vida.


Luz cantaba coplas desde afuera mientras bendecía al viento agitando yerbas. Margarita escuchó entonces el cucú de un par de palomas que le recordaron el arrullo de su madre.


De rato en rato, Tobías gritaba: «¡Puerta, Luz!», y esta bajaba o subía, según fuera necesario, unos gruesos mantos para cubrir o destapar la morada, dejando a los invitados en la más completa oscuridad cuando las cubiertas caían. Margarita sudaba copiosamente y le chilló la nariz al aspirar los polvitos que Tobías esparcía para rociar a las piedras. Algunos entraron en trance, ella también, visitando así el umbral de las cuatro puertas.


El guía salió a gatas para transportar más piedras calientes desde el horno que estaba afuera. Al abrirse las mantas para que Tobías saliera, estas dieron paso a una rendija del grosor suficiente para que los ojos de Margarita se toparan con los de Luz mientras esta hacía rugir el tambor con sus manos e iluminaba el cielo con su enérgica voz. Las dos mujeres se dijeron cosas en silencio.


Las nuevas abuelas crujían, silbaban chispeantes al contacto con el agua, compartiendo secretos, convidando a los presentes a hacer un pacto de bondad y paz con ellos mismos. Los invadió un intenso olor a copal. Tobías les pasó un trozo gordo de sábila, abierto como mariposa y salpicado de carbón activado. Margarita se lo pasó por el cuerpo y el pelo como si fuera una barra de jabón, y luego le dio un mordisco para que la pulpa de la planta medicinal le limpiara los adentros y le ahuyentara algunas cosas que traía rezagadas.


«Reconcíliense, volvamos a empezar», pidió Tobías, «celebremos la luz, el fuego y cada uno de nuestros antepasados, agradezcamos», dijo invitando a todos a salir del temazcal como habían entrado: uno a uno y en cuatro patas. Margarita emergió ligera, jubilosa, y se fue directo a la regadera que estaba junto al lavadero. El contacto con el agua helada la regresó a la realidad. Con el cuerpo entumido se sentó a la mesa donde estaban servidos como ofrendas once tarros con té y once platos con caldo de verduras, calientes ambos para regocijo de todos los presentes. En la mesa también descansaban naranjas, plátanos y semas como las que comía Margarita cuando era niña, en la mesa de su mamá.


Luz y Tobías agradecieron a todos su asistencia. En el quicio de la puerta Margarita y Luz se estrecharon en un abrazo de despedida. Luz le dijo a Margarita al oído que su dolor de antaño había quedado en el temazcal, que ya no tenía por qué cargarlo, que se había esfumado con el ardor del horno de «la casa que suda», donde estuvo metida más de dos horas.


Margarita ya sabe a dónde regresar cuando necesita acomodar el alma.


Libro ''Mariposas''

0 views0 comments

Recent Posts

See All

Indulto

Comentarios


bottom of page