Luna de octubre

Con tu muerte descubrí muchas cosas, una de ellas es que el dolor no se puede compartir. Admito que el duelo es egoísta, acaparador, absolutamente individual, un sentimiento privado. Para poder continuar, imagino que estás de viaje, en otro mundo. Me dicen que ya te suelte, que te deje en paz, que no interrumpa tu sueño eterno con mis lamentos, que ya no vas a regresar. Que no me escuchas. Pero yo no les hago caso, no entienden que me agarro de lo que puedo, para un día reanudar el vuelo.
Con los quehaceres de tu partida, no me alcanzaron las horas para decirte que una de tus semillas germinó y que ahora crece dentro de mí. Le hablaré de ti. Nacerá en octubre, él fue quien me salvó del afán que me inundaba de querer morirme junto contigo. Le contaré la historia con la que me conquistaste, la que me escribiste diciendo que nos alimentó la misma raíz desde el día Uno. La que cuenta que salimos del mismo vientre de la tierra, y que estábamos unidos desde antes de conocernos en la librería donde trabajabas, y de la cual yo era una asidua visitante.
Deseo que nuestro hijo tenga la palidez de tu piel y la misma pasión con la que vivías todo. Me apena ensuciar tu recuerdo con reclamos triviales de porqué te fuiste tan pronto. Después de eso me convertí en larva. Ya no soy la que conociste, espero para cuando llegue octubre haber completado mi mudanza interna.
