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Writer's pictureClaudia Castilo

Caldo de papas

Trituré las hojitas secas de orégano entre mis manos, las dejé caer en la olla y las meneé como si fuera una poción. El calor de la cazuela poco a poco se las fue tragando, dándole un sabor delicioso al caldo de papas que estaba cocinando. Esa receta la aprendí de mi mamá. Mi cocina olía como cuando era niña, cuando la vida era otra.


Era hora de sazonar el caldo; el secreto está en que no quede ni muy-muy, ni tan-tan. Esa es la lógica que me enseñaron para no pasarse de sal ni dejarlo desabrido. Le calculé bien al echarle Knorr Suiza, del colorado. Puse un poco en una cuchara para probarlo, soplando con cuidado para que se enfriara, pero sin salpicar. Había quedado delicioso, en su punto. Casi inmediatamente, algo se estremeció dentro de mí; al sentir el sabor y el calor de la sopa rodar por mi garganta, me dieron ganas de llorar. ¿Sabes qué sería? Melancolía, tal vez. Ojalá se repita, porque fue bonito sentirme cercana a algo o a alguien. Tuve que regresar a la realidad para terminar de cortar unas tiras de queso panela para poner encima de la sopa como guarnición al servir, pero delgaditas para que no naufraguen.

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