Caldo de papas

Trituré las hojitas secas de orégano entre mis manos, las dejé caer a la olla y las meneé como si fuera una poción. El calor de la cazuela poco a poco se las fue tragando, le darían un sabor rico al caldo de papas que estaba cocinando. Esa receta se la aprendí a mi mamá. Mi cocina olía como cuando era niña, cuando otra era la vida.
Era hora de sazonar el caldo, el secreto está en que no quede ni muy-muy, ni tan-tan. Esa es la lógica que me enseñaron para no pasarse de sal ni dejarlo desabrido. Le calculé bién al echarle Knorr Suiza, del colorado. Puse un poco en una cuchara para probarlo, soplándole con cuidado para que se enfriara, pero sin salpicar. Había quedado rico, en su punto. Algo se estremeció dentro de mí que, al sentir el sabor y calor de la sopa rodar por mi garganta, sentí ganas de llorar. Sabe qué sería, melancolía tal vez. Ojalá se repita. Mientras tanto voy a partir unas tiras de queso panela, - delgaditas para que no naufraguen en el caldo-, decía mi mamá, - que son de adorno-.
Foto y Texto © Claudia Castillo
